
El paisaje no podía ser más horrendo y devastador. La tierra se veía triste y gris y su aridez era muy profunda.
Así era la tierra de mi padre en esos tiempos. La tierra seguía siendo fértil, sólo que esa fertilidad necesitaba agua. Yo tenía cinco años la última vez que vi llover, la mitad de mi vida.
La tristeza era visible en el rostro de mi padre y se comenzaba a parecer a su propia tierra pues ya se le notaban surcos áridos en la frente y alrededor de sus ojos.
Cualquier desierto podría tener más vida. De seguro había desiertos en el mundo con más alegría, tierras áridas pero llenas de orgullo acostumbradas a vivir sin agua. Tierras desintegradas y convertidas por el extremo calor en granos de arena, tierras sin capacidad de crear vida o alimento.
Me daba mucho gusto ver a mi padre feliz, pero su felicidad era cada vez más paulatina y escasa. A veces, antes de irnos a dormir salía de la casa y miraba al cielo esperanzado a que las nubes fueran más sociables y amistosas y que al fin se reunieran a festejar algún milagro. El milagro de la lluvia. Pero al día siguiente la tristeza de mi padre se acumulaba al ver sus tierras aún más desoladas y secas.
El agua comunal ya no existía. El río sólo parecía una vena, vacía y seca, por la cual ya no corría ni una gota de sangre. El río estaba tan muerto como la esperanza misma de las gentes de los alrededores. Algunos vecinos ya se empezaban a ir a las ciudades.
Y yo le rogaba y le imploraba a Dios que nos enviara agua porque me dolía mucho en el corazón ver a mi padre cada vez más triste. Mi padre no se daba cuenta que yo notaba todo, tampoco se fijaba que yo veía que el vaso de agua que tomaba para apagar su insaciable sed no se lo terminaba y le iba a echar el último trago a la plantita que teníamos en mi ventana.
Y yo veía en las noticias como en otras partes del mundo había inundaciones, huracanes y lluvias torrenciales que arrasaban todo a su paso. Y yo le preguntaba a Dios por qué era tan injusto y no repartía sus exageraciones, y por qué no traía un poco de los excesos de allá a las escaseces de acá. Y por qué la gente más pobre era siempre la más afectada en todas las miserias que padecía el mundo.
Pensando en eso fue cuando se me ocurrió que debería haber una forma de juntar las nubes y forzarlas de alguna manera a que soltaran sus aguas en algún lugar específico, no para el placer de sólo ver llover sino para satisfacer el hambre y las necesidades más elementales de la gente del campo. Además mi hermanita de cinco años nunca había visto llover.
Y así me fui a dormir una noche, pensando cómo hacer para traer las lluvias y devolverle la felicidad a mi papá.
Y esa noche soñé con “Nube Mojada”, el jefe apache de la tribu “sinsolnisombra” que me enseñaba la danza de la lluvia. Su poder sobrenatural de atraer las nubes y su fama ya había rebasado fronteras. Las tierras inmensas de su tribu las envidiaba el mismo paraíso celestial. No sé cómo, pero en mi mismo sueño me daba cuenta que estaba soñando, aunque todo se veía auténtico me daba cuenta que todo era irreal. Y eso me obligaba a poner más atención para aprenderme al cien por ciento la danza de la lluvia para aplicarla al día siguiente en las tierras de mi papá.
Pues si me la aprendí, y en la mañana antes de irme a la escuela, antes de bañarme y antes de desayunar ejecuté el baile tan auténticamente como pude. Con una olla y una cuchara traté de imitar el ritmo de los tambores. Todo estaba bien hasta que mi mamá me agarró de la oreja y me metió a la casa, diciendo que me iba a llevar al manicomio si no me comportaba como gente normal.
Por el río no había corrido agua desde hacía tres años, tampoco mi hermanita sabía lo que era un río. Me imagino que si soltaban agua de la presa o del lago, o de donde salía el agua del río, solo alcanzaría a humedecer por unos segundos la tierra tan muerta de sed por tantos años. Estoy seguro que nosotros estábamos a muchos kilómetros de donde sea que nacía el agua. Y cada vez que pasaba por el río vacío, desquebrajado y seco, me acordaba de la tristeza de mi padre.
Un día vi a mi papá con una vara en forma de “Y” caminando incansablemente por todo el rancho. Según el buscando agua subterránea, y lo único que encontró fue una sed inmensa en su garganta. Decepcionado se fue a sentar a la sombra flaca del último árbol vivo que nos quedaba. Tal vez mi padre necesitaba una vara más grande, mucho más grande.
La preocupación de mi papá se me había contagiado. Antes de dormir, mi mente le daba vuelta a mis pensamientos y por horas sólo veía agua dentro de mi cerebro. Una mañana desperté con buenas noticias en la televisión. Habían encontrado la forma de hacer llover. Según esto habían inventado un imán de nubes. Este imán reunía nubes en un par de horas y luego le lanzaban cañonazos o misiles desde la tierra que explotaban sobre las nubes, obligándolas a soltar el agua del susto. Pero todo esto acabó repentinamente cuando empezaron las guerras civiles entre pueblos vecinos, pues reclamaban que les habían robado sus nubes. Y aun así, cada vez aparecían imanes más grandes y poderosos. Hasta que el gobierno los prohibió.
Y por supuesto, yo despertaba de mis sueños fantásticos cada vez más decepcionado. Aunque eso de los imanes me parecía buena idea.
Nuestra preocupación creció cuando el agua para bañarnos ya se consideraba también un desperdicio. En la casa ya no había macetas con plantas vivas. Los perros ya no sacaban la lengua para no sudar, y así ahorraban vueltas a sus recipientes secos.
Por las noches ya no rezaba ni le imploraba a Dios, sino que le reclamaba y le reprochaba sin ningún temor que se bajara de su nube y nos la prestara por tan sólo un rato. Y le recriminaba lo que había aprendido en la escuela: Setenta y uno por ciento de la superficie de la tierra contiene el noventa y siete por ciento del agua en el planeta. Y le preguntaba por qué no la distribuía equitativamente o aunque sea que le quitara la sal al agua del mar y que hiciera un millón de ríos nuevos y luego el calor del sol podría evaporar parte de esta agua y luego esta evaporación se convertiría en nubes y luego en lluvia y luego la lluvia regresaría a los ríos y así sucesivamente, un ciclo bonito e interminable.
Y así, con tanta agua de lluvia, el mundo entero se convertiría en un paraíso terrenal y ya nadie le pediría nada, y el estaría en paz descansando por toda la eternidad, o podría irse a otros universos a crear vida nueva con otro Adán y otra Eva. No creo que eso sea tan complicado para Dios.
Viéndolo bien, nos podríamos mudar a donde hay muchas inundaciones, por lo menos nos desaburriríamos de esta sequedad tan terrible. Mi papá dice que eso está muy complicado y que necesitaríamos por lo menos diez años para adaptarnos a semejante cambio tan drástico. Y yo digo que me gustaría haber nacido en medio del agua. Y yo digo que dentro de diez años vamos a seguir sin agua y sin lluvia. Y él dice que me calle y que no eche la sal.
Ya no quiero dormir, ya no quiero soñar. O bueno siempre si, si quiero soñar. Quiero soñar que amanezco ahogado en un inmenso lago de agua dulce y fresca. Quiero disfrutar más mi felicidad y ver la cara de mi papá sin arrugas y sin surcos. Quiero ver su cara con una sonrisa eterna, que salga a brincar junto conmigo en la lluvia mirando al cielo con nuestras bocas abiertas y recibir el agua dentro de nuestras almas y corazones y dejar que corra por todas nuestras venas. Eso es lo que quiero, soñar y ya no despertar.
Pero vuelvo a despertar. Y creo escuchar que está lloviendo. Pero no me entusiasmo porque sé que estoy soñando. Y escucho a mi papá y a mi hermanita afuera brincando y riendo bajo la lluvia. Y luego mi mamá se acerca a mi cama y me pide la mano y me dice que me levante y vaya a ver cuánta lluvia esta cayendo. Y le contesto que no quiero, porque estoy dormido y estoy soñando.
Hasta que regresa con una cubeta llena de agua y me la vacía sobre la cara. Y entonces si despierto y me levanto y voy a festejar el milagro de la lluvia. Y brincamos todos juntos agarrados de la mano y nos cansamos, pero ya no nos da sed.
Y me voy a dormir y vuelvo a despertar y sigue lloviendo.
Y sigue lloviendo.
The End
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Edmundo Barraza
Written in Lancaster, Ca. 9-1-2014
Posted on WordPress 11-17-2019 — Reposted 3-11-2023